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Un suspiro de alivio, nada más

«Más que la victoria a medias de la izquierda en Francia, lo que realmente podemos celebrar es la derrota de la Agrupación Nacional de Le Pen. Una derrota clara, una buena noticia a corto plazo pero que, después de haber suspirado de alivio, nos obliga a hacernos unas cuantas preguntas.»

de Redacción Infoaut
Publicado en italiano en Infoaut el 08/07/2024
Traducción inédita de A Este Lado del Mediterraneo

Más que la victoria a medias de la izquierda en Francia —por muy sorprendente que sea en parte—, lo que realmente podemos celebrar es la derrota de la Agrupación Nacional de Le Pen. Una derrota clara, una buena noticia a corto plazo pero que, después de haber suspirado de alivio, nos obliga a hacernos unas cuantas preguntas.

Gabriel Attal anuncia que pretende presentar su dimisión, pero al día siguiente Macron se echa para atrás e intenta convencerle de que se quede en su puesto. Desde el Nuevo Frente Popular se anuncia que propondrán un nombre para nuevo Primer Ministro. Lo único cierto es la duda sobre cómo se podrá gobernar en esta compleja situación. Las hipótesis de posibles escenarios son muchas: desde un gobierno en minoría a un gobierno técnico o un gobierno de convivencia nacional. Al respecto, Mélenchon tomaba la palabra para disipar las dudas sobre una posible alianza con la Ensemble de Macron (aunque algunas voces desde el Partido Socialista hayan hablado ya de «responsabilidad»), mientras que el actual presidente francés aún no se ha pronunciado, lo cual da lugar a varias consideraciones.

El primer dato es que Macron ha resultado, una vez más, el principal perdedor de la vuelta: primero, la disolución de la Asamblea Nacional, después su táctica para liquidar a la izquierda que ha acabado por reforzarla. Macron habría querido gobernar con la extrema derecha en determinadas condiciones, o bien reforzar su campo, pero nada de esto ha ocurrido. Aún así, resulta evidente que intentará por todos los medios evitar que se conforme un gobierno con un primer ministro del campo de Mélenchon.

La cuestión es que, si bien la derrota se ha manifestado en el plano de la movilización electoral y la crisis política e institucional, el agrupamiento centrista sigue siendo capaz de «mantener rehén» al país. Por tanto, Macron pierde, pero sobrevive y conserva un cierto margen de maniobra.

Hasta ahora, la mayor parte de los grupos de izquierda radical, de movimiento y partidista no han cedido a una visión rígidamente ideológica de la política institucional, pero en este momento resulta evidente que, ante el voto de protesta bipartito contra el macronismo, la retirada táctica de candidatos podría ser percibida, a posteriori, como una forma de «complicidad». Por su parte, el círculo mágico de Macron, con Darmanin a la cabeza, pone en evidencia cómo lo que realmente preocupa a la burguesía francesa es La Francia Insumisa y, más en general el programa de reformas sociales del NFP (a pesar de que este sea más bien tímido, incluso con los parámetros de hace solo unos pocos años). Así, el problema de la percepción social de estos últimos resultados electorales es de todo menos táctico, con una polarización que se articulará en torno a dos visiones. Por un lado, la de una izquierda que gana «inesperadamente» y un macronismo que, con su residuo de poder, le impide gobernar. Por el otro, el barrage republicano, que desde distintos lugares se está comparando con la actitud de los partidos centristas y socialdemocrátas europeos respecto a los partidos comunistas durante la Guerra Fría.

Puede parecer un contrasentido, ¿a qué nos estamos refiriendo?

Para los liberales, la exclusión de la AN de las posibilidades de gobierno no tiene nada que ver con el ataque a los derechos civiles y sociales que Le Pen y el resto traerían consigo: Bardella palidece ante la carnicería social de Macron, y respecto a los derechos, resulta claro que el disciplinamiento de los indigènes, las mujeres y los territorios en revuelta, en caso de un gobierno amplio sin La Francia Insumisa o de un gobierno técnico, se verá reforzado (sin las prisas de Le Pen, pero casi). La auténtica cuestión es la política exterior. La normalización de la derecha reaccionaria es, a estas alturas, una práctica europea consolidada, que funciona sin obstáculos con tal de que lo haga —con todas los matices necesarios— en la esfera de un otanismo y europeísmo sólidos. Más aún, esa normalización es un proceso que muchos representantes de las burguesías europeas consideran ya como algo necesario. Tanto así que uno de los planes B de Macron era sin duda la cohabitación con los lepenistas a cambio de una renuncia del posicionamiento internacional de Francia. Pero sobre esto volveremos más adelante.

El segundo dato es que existe un amplio sector de la sociedad que rechaza el racismo y el estado autoritario, y que está dispuesto a activarse por la justicia social. Como subrayan algunas voces de movimiento (como por ejemplo este breve comunicado de ContreAttaque), en este momento no hay nada ganado, todo está por conquistar, y lo que debe dictar los tiempos es la movilización en las calles. La cuestión que se abre ahora es inédita, porque aunque el Nuevo Frente Popular haya facilitado una derrota de la extrema derecha, resulta igual de evidente que en términos numéricos el apoyo a esta es masivo, siendo la AN oficialmente el primer partido de Francia, a pesar de que se le haya puesto contra las cuerdas temporalmente gracias a una modalidad muy concreta de «cordón sanitario» (esto es, la retirada de candidatos en las circunscripciones en las que el NFP estaba en tercera posición en la primera vuelta, dejando así vía libre al macronista Ensemble en la segunda).

Tal y como subraya Houria Bouteldja en un post en Facebook, la extrema derecha ha reforzado su base electoral, aunque aparentemente haya perdido. Su base regional no deja de agrandarse y sus 10 millones de votantes pueden considerarse perfectamente una base realmente popular. Así, la pregunta más significativa es: ¿En qué instancias consigue el partido de Le Pen coagular una base electoral interclase tan amplia? ¿Cuáles son entonces sus posibilidades de descomposición?

Estas elecciones nos cuentan especialmente dos cosas. La primera es que la crisis que atraviesa Francia es estructural, y representa la crisis del capitalismo y las instituciones de la Quinta República, una «crisis moral», tal y como la define Houia Bouteldja —que desde aquí matizaríamos que, más que moral, es subjetiva—. En ese declive generalizado, el fascismo sigue siendo una opción para resolver la crisis. En segundo lugar, la clase social proveniente de los barrios populares, allí donde viven la mayor parte de personas racializadas, ha apoyado únicamente a La Francia Insumisa. Así, la tarea de esta será, además de no ceder a las presiones y no dar pasos atrás, conquistar también a la clase obrera, un enorme recurso que se ha abstenido.

¿Efecto contagio?
En Italia asistimos a un intento incansable, por parte de la narración oficial, de interpretar lo ocurrido en Francia como una victoria de Macron. Como si existiera aún la posibilidad de gobernar negando la ruptura que representada la inesperada remontada del Nuevo Frente Popular. Desde aquí no pretendemos dorarle la píldora a nadie, ni hacernos ilusiones de que se trate de una victoria en sí mismo. Lo que consideramos importante es ser capaces de identificar los resquicios de descomposición en el cuadro dominante, para poder así intervenir y profundizar las contradicciones. El programa de Mélenchon no les gusta a las élites ni a la burguesía, porque podría representar una magulladura de sus privilegios. El establishment europeo sabe lo que hace cuando legitima y apoya la solidez del eje otanista, el cual intenta presentar como fuerte e inalterable.

Que Meloni se quede sola en Europa sin Le Pen no es cierto: la cercanía al programa del bloque neoliberal, especialmente en ámbito de política internacional, halla fáciles puntos de contacto, empezando por la voluntad de aumentar el gasto de los ejércitos y el apoyo militar a Ucrania.

El tema de la guerra en Ucrania sigue siendo central para verificar la dirección que tomará la nueva formación de gobierno en Francia, así como para marcar una línea de demarcación clara —o una posible falla— dentro del bloque occidental. Si actualmente este el único discriminante real entre «buenos» y «malos» en el plano europeo es porque, entre otras cosas, las masas internas son refractarias a la escalada que se prepara día tras día,y la posibilidad de que esas pulsiones encuentren una representación política clara que introduzca los conflictos en acto, no solo dentro de dinámicas geopolíticas y de supuesta guerra de civilización, sino también en relación a la crisis capitalista, las aterroriza. Las tertulias televisivas se esfuerzan cotidinamente en subrayar que la guerra no altera para nada las dinámicas electorales, como si los sectores populares razonaran como bestias, concentradas únicamente en defenderse de lo extraño y llenarse la tripa cuando les es posible. En realidad, el peligro de una guerra global es un tema que aparece continuamente en sus derivadas sociales, económicas y políticas, aunque aún de forma a menudo confusa, poco clara. No obstante, el rechazo a la guerra y sus costes está destinado a ser el elemento cualificador de cualquier propuesta política de ruptura futura. Actualmente, quienes se ponen a la cabeza de la escalada bélica son castigados en las dinámicas electorales.

En el plano interno, las reformas sociales como la subida del salario mínimo a 1600 euros, la pensión a los 60 años o el tope al precio de bienes esenciales, si finalmente se llevarán a cabo, podrían representar un precedente relevante, demostrando que los gobierno no están obligados a ajustarle el cinturón a la población para sobrevivir. Un último aspecto interesante podría ser la moratoria sobre los grandes proyectos inutiles, empezando por la retirada del proyecto de megaembalses y siguiendo por una potencial marcha atrás en la construcción del TAV Turín-Lyon. Todo esto permanece aún en el plano de las hipótesis, en realidad bastante remotas, considerando un escenario en que, en el mejor de los casos, el gobierno en minoría del Nuevo Frente Popular debería enfrentarse con una condición parlamentaria de extrema debilidad, así como con la cohabitación con Macron, ciertamente poco propenso a retirar cualquiera de las reformas estructurales que constituyen su legado político.

Por otro lado, ese escenario podría provocar un cierre de filas de los grupos corporativistas y de la pequeña y media burguesía, como por ejemplo del sector de trabajadores de la agroindustria, que se agrupa en el sindicato mayoritario de los agricultores, FNSEA, con posiciones muy cercanas a la extrema derecha. Sindicato con el que otras organizaciones de trabajadores como la Confédération Paysanne, junto con los movimientos ecologistas, tuvieron problemas para interactuar durante las protestas del pasado febrero. El tema de la transición ecológica y energética asume así un papel preponderante en esta nueva fase, mostrando aún más plásticamente su ambivalencia, ante la que conviene estar a la altura —en cuanto sujetos que aspiran a convertirse en movimientos de masas—, para analizarla y atacarla. Igual que ocurre con el tema del racismo y la resolución de la crisis interna, hará falta desplegar estrategias de recomposición de la clase popular fuera de los centros neurálgicos de las metrópolis. En cualquier caso, el lepenismo aprovechará cualquier ocasión para presentarse como la única oposición creíble. En caso que el Nuevo Frente Popular llegue a gobernar de alguna forma, es muy probable que asistamos a una transición de la AN hacia formas de fascismo más parecidas a aquellas «tradicionales».

Houria Bouteldja realiza un análisis lúcido de la situación que compartimos, especialmente cuando dice que «gobernar en esta situación podría resultar resbaladizo, sería mejor dejarle a Macron gestionar su mierda y mientras tanto construir y masificar una auténtica línea de ruptura y demarcación». En resumen, si La Francia Insumisa acabara en la oposición, tendría más oportunidades de salvarse. Los movimientos sociales tendrán un papel central en esta cuestión: de la misma forma que han impuesto un programa a partir de las reivindicaciones en las calles, tendrán que seguir funcionando como válvula de presión hasta que se den pasos reales en la dirección del programa anunciado, además de funcionar como palanca para abrir contradicciones internas en el arco institucional: autodeterminar su propia agenda sin introducirse en una dialéctica integrada en la agenda política institucional.

En conclusión, como siempre, habrá que ver cómo van las cosas, pero podemos extraer una lección importante de las posiciones tomadas por las militancias y los movimientos sociales franceses. Por un lado, la importancia de la continuidad y el arraigo en los barrios populares, en esos sectores sociales que han construido —en estos años de movimientos antirracistas— una relación de fuerzas positiva, una recomposición de los movimientos ecologistas y los comités territoriales en el plano político, además de haber trazado nuevas fronteras en un campo que podríamos definir como «ecología popular». Por otro lado, la lucidez con la que han sabido aprovechar las ocasiones, aunque haya sido de forma táctica y coyuntural. La presente fase impone una reflexión profunda sobre el papel actual de las militancias, también por estos lares, frente a una sociedad socavada por décadas de políticas de austeridad. Y habría que reflexionar también sobre la necesidad de ciertas formas organizativas y de una propuesta autónoma en un escenario en que la laceración de la clase ha alcanzado picos sin precedentes.

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