
El trabajador inexistente
«Para las derechas, los trabajadores y las trabajadores son “inexistentes” sino como agentes de la producción capitalista. Están privados de una subjetividad propia: no pueden y no deben tener opiniones, pensar, cabrearse o, dios no lo quiera, ocupar las calles.»
Traduzione a cura di A Este Lado del Mediterráneo
La retórica de las derechas sobre el movimiento Blocchiamo tutto nos habla, mejor que cualquier ensayo, de la visión dominante sobre el papel de los trabajadores y las trabajadoras en la sociedad: dejarse explotar, consumir y permanecer en silencio.
Durante años, la propaganda de las derechas que hoy ocupan el gobierno ha intentado apelar a las políticas objetivamente antiproletarias llevadas a cabo por los gobiernos técnicos y políticos de corte liberal —a menudo no elegidos electoralmente— que han gobernado nuestro país. Meloni y Salvini, siguiendo la estela del berlusconismo, desde siempre han intentado presentarse como defensores del trabajo, el cual estaría en peligro —en su opinión— a causa de la competición salarial con los inmigrantes que llegan a Italia y por las luchas ecologistas que se oponen a la devastación y la especulación. Salvini hizo de la batalla contra la «reforma Fornero» [recorte de las pensiones llevada a cabo por el gobierno Monti en 2011, N. del T.] uno de los trampolines de su fulminante auge y caída como líder de las derechas.
Resulta superfluo recordar aquí que las responsabilidades de ese deslizamiento retórico deben imputarse, en primer lugar, a las izquierdas institucionales y a los grandes sindicatos, los cuales, en las últimas décadas, han contribuido a la carnicería social, al sometimiento a los grandes intereses financieros e industriales y a la privatización de los servicios públicos; al derroche de fondos estatales para megaproyectos inútiles impulsados en el contexto de políticas de austeridad y neoliberales.
Desde el punto de vista de las políticas económicas, estos años de gobierno Meloni no han representado ningún tipo de ruptura respecto al pasado. La pobreza absoluta en Italia está en constante aumento, los salarios siguen siendo de los más bajos de Europa respecto a la inflación, la producción industrial no cesa de reducirse y la cesta de la compra a la que pueden acceder las familias se restringe a causa del aumento de precios. El ministro de Economía Georgetti no pierde ocasión para subrayar la necesidad de políticas de austeridad, al mismo tiempo que se financian megaproyectos inútiles y devastadores como el Puente sobre el Estrecho de Messina y se prevén enormes partidas para el rearmo en el ámbito de la OTAN. El gobierno ha suprimido la renta de ciudadanía, que garantizaba un mínimo de dignidad a 1,3 millones de núcleos familiares, introduciendo en su lugar la prestación de inclusión, cuyos beneficiarios son alrededor de la mitad. En pocas palabras, en la agenda de Meloni y compañía no hay interés alguno por mejorar las condiciones de trabajadores y trabajadoras, sino simplemente por continuar favoreciendo los tradicionales circuitos del beneficio económico. Por no hablar del vertiginoso crecimiento de las muertes por accidentes laborales, tan cotidianas que incluso los grandes periódicos les dedican algunas líneas en páginas interiores.
La intolerancia hacia las políticas económicas de este gobierno empezó a manifestarse en las movilizaciones de trabajadores y trabajadoras del sector siderúrgico para la renovación del convenio a finales de 2024. A pesar de que estas no asumieran un carácter especialmente conflictivo y tampoco se salieran de las gastadas formas de la contratación sindical, sí consiguieron generalizarse por todo el territorio nacional, especialmente en las zonas industriales de Piamonte, Lombardía y Emilia-Romaña. Aquellas movilizaciones prácticamente se hundieron después que los referéndums sobre el Jobs Act [reforma laboral de corte liberal promovida por Matteo Renzi en 2016, N. del T.] se estamparan contra un muro para nada previsible el pasado junio. Hace pocos días saltaba la noticia de la reapertura de la negociación entre la patronal siderúrgica y los sindicatos: ¿Será un efecto colateral de las dos huelgas generales por Palestina? Quién sabe, pero sin duda hoy, después de semanas de movilizaciones, cualquiera puede comprobar el cambio objetivo que se ha producido en las relaciones de fuerza, como poco en términos potenciales.
El movimiento Blocchiamo tutto ha sido atacado frontalmente por los partidos de la coalición de gobierno y su séquito de troles, intentando presentarlo como una masa de vagos y maleantes que luchan por una causa lejana, creando desórdenes por las calles e impidiendo que los «auténticos» trabajadores pudieran fichar como todos los días. Algunos han ido más lejos afirmando que habría muchas buenas causas por las que luchar en Italia, desde los salarios hasta las pensiones. Una pena que quienes han hecho declaraciones de ese tipo fueran las mismas personas que ocupan sillones en el actual gobierno. Más allá de la tristeza que se pueda sentir por esa mísera propaganda, que no hace más que ocultar la complicidad de nuestras instituciones con el genocidio, lo que se desvela a contraluz es la visión de los trabajadores y las trabajadoras que domina en las derechas.
Para las derechas, los trabajadores y las trabajadores son «inexistentes» sino como agentes de la producción capitalista. Están privados de una subjetividad propia: no pueden y no deben tener opiniones, pensar, cabrearse o, dios no lo quiera, ocupar las calles. Los únicos «derechos» que tienen son a dejarse explotar y a consumir lo que su miserable sueldo les permita todavía. En el mismo momento en que trabajadores y trabajadoras se salen de ese guion, demostrando que la solidaridad entre las oprimidas es aún un horizonte estratégico importante, dejan de existir como tal y se convierten en simples maleantes. Es ahí donde se manifiesta una de las mayores mistificaciones del capitalismo: los trabajadores y las trabajadoras son representados como factores económicos que contribuyen al proceso productivo.
Años de «empresarización», discursos motivacionales y falsa meritocracia han funcionado como mecanismo de profundo disciplinamiento, dirigido a favorecer la pacificación del mundo laboral. Esa pacificación está empezando a agrietarse a medida que el dispositivo se muestra tal y como es: una cortina de humo que esconde las relaciones de explotación. El movimiento Blocchiamo tutto ha contribuido a disipar esa niebla, haciendo que retome consistencia la cuestión de las relaciones de fuerza y demostrando que existen intereses materiales contrapuestos en la sociedad, los cuales se mueven a lo largo de las líneas del beneficio económico. El gobierno y una parte de los medios mainstream pretenden a toda costa volver a meter el genio en la lámpara, impedir que la presente toma de conciencia se amplíe y generalice. No pueden creer que el dispositivo de disciplinamiento construido a lo largo de décadas de concertación a la baja se esté agrietando, en favor de una movilización plenamente «política».
En los días anteriores a las huelgas de las últimas semanas, muchas personas que nunca habían participado en una les han preguntado a sus compañeros y compañeras implicadas en el movimiento sobre cómo se hacía. Un poco como le ocurre al caballero de Italo Calvino, el simulacro del «trabajador inexistente» se está desvaneciendo en el aire, y los trabajadores y trabajadoras, con su corporeidad, su pensamiento, su visión y su subjetividad están recuperando presencia en la sociedad, aun con formas diferentes a las del pasado.
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